¿Llegar tarde o llegar nunca?

Recuerdo de pequeña, presentar en las ciencias, o en las artes, o en la iglesia, y mis padres, que nunca están a tiempo, llegaban tarde...

Recuerdo de joven, cuando conocí el amor y el dolor, que son la misma cosa, converger al silencio de aquellos a quien quise... Siempre el mismo silencio.

Pero, ¿cuán tarde es tarde? Tarde al comienzo de mi presentación, tarde en medio de mi ponencia, o tan tarde que ya no vieran lo que con mucho esfuerzo preparé.

Y, ¿cuánto silencio cabe en un silencio? Silencio de tu boca pero me dices que me quieres al mirarme, o silencio de tu alma y ni me miras para que no descubra que me quieres, o silencio de indiferencia porque simplemente no me quieres o no te importo, que es la misma cosa.

Llegar tarde o llegar nunca, esa es la pregunta.

Decir que me quieres o decirlo nunca, esa es otra pregunta.

Verte tarde es infinitamente menos doloroso que verte nunca. Abrazarte tarde es infinitamente mejor que abrazarte nunca. Mis padres, aunque tarde, siempre llegaron. Y verlos tarde valió para mí infinitamente más que verles nunca.

Tal vez de ahí venga mi necesidad de la palabra, aunque sea tardía... Tal vez pese infinitamente más que la palabra nunca dicha. Tal vez por eso espero tu palabra y por eso busco encontrar en tus ojos lo que no me dices. 

Tal vez de ahí nazca mi deseo de llegar aunque sea tarde, y decir que te quiero, aunque también sea tarde. Porque estar y amar valen infinitamente más que no haber llegado o amado nunca.

O quizá me equivoco y la vida sepa que un te quiero tardío, valga infinitamente menos que la paz que deja el silencio...

La vida sabe que, aunque tarde, estar y amar valen infinitamente más que no haber llegado o amado nunca.